-Linne... esto no de lo he contado a nadie jamás, pero como me pareces una chica estupenda y admirable y me transmites confianza, te lo contaré.
Justo en ese momento pasa el carrito de aperitivos del avión, y una azafata las ofrece chocolate crujiente, que cogen con gusto y agradecimiento.
-Cuenta, Adri, confría en mí.
-Bien... -mira hacia abajo y se abraja a su gran libro de jardinería- ¿te acuerdas del profesor de educación física al que echaron del instituto?
-Sí, creo que se llamaba Ben.
-Sí, ese. Verás, me gustaba, estaba colada por él en secreto. Entonces, aquél día de hace dos cursos que teníamos que hacer un test de velocidad, ese de correr cien metros lo más rápido que puedas.
-Lo recuerdo... ¿qué pasó?
-Llegué de las últimas de la clase, y el profesor Ben me dijo "A ver si pierdes esos kilos que te sobran, porque con ese cuerpo jamás te aprobaré, tienes que estar mucho más delagada para correr mejor."
-No me lo puedo creer... -Linne se queda alucinada y mira con pena a Adriana.
-Desde ese día, me miraba en el espejo y me veía gorda, como una foca, y empecé a adelgazar y a dejar de comer. A los tres meses ingresé en el hospital de La Florida porque mis padres se asustaron muchísimo, y allí me diagnosticaron la enfermedad de la anorexia. Alternaba con la bulimia, a veces comía con ansia cuando ya llevaba tres días sin comer, y luego lo vomitaba todo el el retrete del hospital. Creyeron mis padres y los médicos que moriría. Me habían alejado los espejos de mi habitación del hospital, y llevaba un mes y medio sin mirarme al espejo, y justo cuando empecé a delirar, cuando estaba desnutrida y mareada, ya cuando la regla no me bajaba, pedí un espejo gritando, lo supliqué. Justo el día que creían que sería el último para mí, pedí un espejo, mi cuerpo me pedía saber la verdad, me sentía débil y cobarde. Me trajeron un espejo grande, y me miré. Tenía la cara totalemnte esquelética, chupadísima, pálida, parte de mi pelo se había caído. Mis brazos parecían sólo pellejo. Pesaba treinta y dos kilos midiendo una sesenta y cinco. Chillé como una loca en el hospital, al ver en qué me había convertido. Fue como salir de una pesadilla, de una especie de burbuja, darte cuenta de qué eres en realidad y lo engañadísima que estada de mí misma. Parecía un cadáver moribundo, un esqueleto. Desde ese día, poco a poco, me voy recuperando. Pero no hay día que no recuerde lo que vi en el espejo aquél día, hace un año y medio... esa figura esquelética, que me salvó la vida: yo misma.
Linne derrama unas lágrimas.
-Adriana, yo... -está atónita- no sé que decir, siento llorar, sé que parezco estúpida, pero es que tus palabras me han emocionado, me han hecho pensar...
-Tranquila, te entiendo. Pero no te debes preocupar, ahora estoy libre de la enfermedad, ¿ves? -le da un mordisco al chocolate- no tengo ningún tipo de miedo a coger peso.
-Mira, mira por la ventana -las dos miran- se ve todo el cielo, como si fuese otra dimensión, todas las nuves... el mundo desde aquí parece diminuto y absurdo, como una casa de muñecas, como una maqueta.
lunes, 26 de abril de 2010
-No fue divertido verle beber hasta morir. Parecía que vivía de la botella, ¿entiendes? -se remueve el pelo nerviosamente, con un tik el el meñique- ... quizás esté usando un lenguaje no apropiado para una entrevista.
-No, tranquila, era su esposa. Usted siga. -la dige disimulando mi pena, golpeando ligeramente mi boli bic contra mi cuaderno de notas. Estaba sacando buena información para el New York Times. Quería saberlo todo acerca de la impresionante noticia.
-Bueno, a lo que iba... -cerró los ojos un instante- él y la botella tenían una relación insoportable para mí. Él eligió la manera del alcoholismo como suicidio.
-¿Por qué se quiso suicidar?
-Es la primera vez que me lo preguntan. Él me lo dijo, sí... -se entristece- Él me contó porqué quiso morir. Lo recuedo perfectamente... -dio un trago a su vaso de agua - Fue una mañana de Enero, la clásica mañana un tanto soleada pero fría, un sábado en el que te levantas y parece que será un buen día.
-¿A qué se refiere con un buen día?
-Usted ya me entiende... un día en familia, agradable, sin compromisos.
-Entiendo. Prosiga, sie es tan amable.
-Mi marido atropelló a una chica de trece años que cruzó sin mirar... una chica con un vestido de flores. Yo iba de copiloto, lo viví todo. Es curioso pensar que ahora mismo, en el mundo, la única persona viva que vivió aquello, soy yo. Él se bajó del coche y ahí estaba ella, con la cabeza llena de sangre, pero aún respiraba. Mi marido la cogió del cuello, y derramó una lágrima. Fue la primera vez en mi vida que vi a mi mardio llorar. La primera y la última. La hermosísima chica le dijo: "no se remuerda toda la vida, de todas formas, no soy feliz".
-¿Y fue desde entonces cuando su marido empezó a beber?
-Sí. Desde aquel día.
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