viernes, 25 de junio de 2010

Arena.

I need an electric feel


Se quedó 2 horas cortas mirando fijamente sobre la encimera de granito las tijeras de plástico amarillas brillantes del supermercado aquel donde todo era tan barato. Se dio cuenta de las millones de cosas que puedes hacer con unas tijeras. Puedes cortarle el pelo a alguien, matar a alguien, asustar a alguien, darle forma a un papel din A4 seco, darle forma a un papel rosa, a un papel azul, rallar el pupitre formando palabras para aliviar el aburrimiento, y entenderéis que si empiezo así no paro.
Si las tijeras no fuesen de ese amarillo serían peores. Era la mezcla perfecta entre el amarillo fosforito y el amarillo mostaza, parecido al de los taxis de Nueva York, pero menos anaranjado y más claro, muy brillante. Y se tumbó en su cama a pensar. Sacó su cuaderno rosa de penas, era muy suave y le recordaba a princesas que olvidan que su vida es una injusta farsa. Sacó su pluma del cajón, miró por su ventana y comenzó a escribir.

domingo, 20 de junio de 2010



Removiendo el café en aquel bar, pensé "se me quedará frío a este paso". Y se me acabó quedando frío, porque me quedé veinte minutos después de que me sirviese el camarero de bata sucia el café mirando al hombre que estaba en frente mío. Ayer fue un gran día.
La vida es como una veleta... ayer sentí que él era mi viento.
Me pareció guapo desde el primer momento en que le vi, pero no sólo guapo, además, algo más profundo... misterio y cierto encanto escondido bajo facciones de apariencia brusca.
Cuando me levanté de la mesa para desalojar el locar del bar newyorkino en el que me encontraba, él se me acercó corriendo.

-Te has olvidado esto -me dijo a la salida del bar, entregándome mi monedero. Luego vino el camarero corriendo -y parece que también se te ha olvidado pagar.

Cierto, se me había olvidado pagar. Me quedé mirándole a él y sus ojos pardos de gacela, y también de paso miré mi monedero verde fosforito.

-Gracias -tartamudeé levemente.
-De nada -me sonrío- ¿cuántos años tienes?

Me extrañó la pregunta, pero me hizo ilusión porque, si me lo preguntó, fue porque tenía interés en mí. Pronto, tras mi breve silencio, se dio cuenta de la impertinencia e intentó arreglarlo bajando la mirada y tocándose la barbilla.

-Esto, quería decir...
-Veintiuno, tengo veintiuno, ¿tú? - le sonreí. Tenía la autoestima muy subida, porque a parte de que me hubiese hablado un chico que me gustó desde el primer momento, llevaba una pamela de paja preciosa y aquel vestido de rayas y flores de quince dólares que estrenaba con ilusión.
-Veintitres -la miró sonriente- tengo veintitres... -la miró muy fijamente, como intentando transmitirla algo con la mirada- ven...

Y no muy seguro de sí mismo, me llevó a una esquina de Central Park, y me dijo:

-¿Quién eres? - dijo inseguro, a lo que contesté tratando de desdramatizar:
-Lana, una desconocida para ti... -me acaricié la pamela delicadamente.
-Pues quiero conocerte.
-Pues... -dudé sobré qué decir para acertar- ¿damos un paseo?
-Sí -e inclinó su brazo hacia mí en forma de uve, ofreciéndomelo como punto de agarre. Lo tomé, y caminamos lentamente por Nueva York.
http://www.youtube.com/watch?v=imsB543zqSM

It´s my life, not yours.


Los cereales se quedaban fríos sobre la mesa de la cocina, porque él no quería ni comer... ni beber, ni hacer nada. La cafetera silbaba, y las horas pasaban lentas, más lentas que las tortugas indias. Ahora sólo le interesaba volver al campo, campo de estrellas que imaginó la noche anterior, donde no existían ni las presiones ni el olor a agobio que se respiraba en aquella casa.
Su madre entró en la cocina. Sí, aún era Octubre. Y ella, y su pelo semigris, su ceño fruncido y sus dientes amarillos y picados. Ella le odiaba, odiaba a su hijo... ¿por qué? exactamente nadie lo sabe. Quizás es envidia, o ganas de que él desaparezca de su vida. Ella... era era una mala mujer.
-Hijo, o te comes todo o no sales de casa en dos meses.
-Sí, mamá -y bebió de golpe el vaso de leche.
-Mañana sacarás un diez en biología, ¿no?
-Por supuesto, mamá.
-Más te vale, si no... soy capaz de lo que sea. Ni se te ocurra sacar un nueve y medio o algo parecido.
-Tranquila, mamá.
-Friega la cocina.

lunes, 26 de abril de 2010

Huesos de papel.

-Linne... esto no de lo he contado a nadie jamás, pero como me pareces una chica estupenda y admirable y me transmites confianza, te lo contaré.

Justo en ese momento pasa el carrito de aperitivos del avión, y una azafata las ofrece chocolate crujiente, que cogen con gusto y agradecimiento.

-Cuenta, Adri, confría en mí.
-Bien... -mira hacia abajo y se abraja a su gran libro de jardinería- ¿te acuerdas del profesor de educación física al que echaron del instituto?
-Sí, creo que se llamaba Ben.
-Sí, ese. Verás, me gustaba, estaba colada por él en secreto. Entonces, aquél día de hace dos cursos que teníamos que hacer un test de velocidad, ese de correr cien metros lo más rápido que puedas.
-Lo recuerdo... ¿qué pasó?
-Llegué de las últimas de la clase, y el profesor Ben me dijo "A ver si pierdes esos kilos que te sobran, porque con ese cuerpo jamás te aprobaré, tienes que estar mucho más delagada para correr mejor."
-No me lo puedo creer... -Linne se queda alucinada y mira con pena a Adriana.
-Desde ese día, me miraba en el espejo y me veía gorda, como una foca, y empecé a adelgazar y a dejar de comer. A los tres meses ingresé en el hospital de La Florida porque mis padres se asustaron muchísimo, y allí me diagnosticaron la enfermedad de la anorexia. Alternaba con la bulimia, a veces comía con ansia cuando ya llevaba tres días sin comer, y luego lo vomitaba todo el el retrete del hospital. Creyeron mis padres y los médicos que moriría. Me habían alejado los espejos de mi habitación del hospital, y llevaba un mes y medio sin mirarme al espejo, y justo cuando empecé a delirar, cuando estaba desnutrida y mareada, ya cuando la regla no me bajaba, pedí un espejo gritando, lo supliqué. Justo el día que creían que sería el último para mí, pedí un espejo, mi cuerpo me pedía saber la verdad, me sentía débil y cobarde. Me trajeron un espejo grande, y me miré. Tenía la cara totalemnte esquelética, chupadísima, pálida, parte de mi pelo se había caído. Mis brazos parecían sólo pellejo. Pesaba treinta y dos kilos midiendo una sesenta y cinco. Chillé como una loca en el hospital, al ver en qué me había convertido. Fue como salir de una pesadilla, de una especie de burbuja, darte cuenta de qué eres en realidad y lo engañadísima que estada de mí misma. Parecía un cadáver moribundo, un esqueleto. Desde ese día, poco a poco, me voy recuperando. Pero no hay día que no recuerde lo que vi en el espejo aquél día, hace un año y medio... esa figura esquelética, que me salvó la vida: yo misma.

Linne derrama unas lágrimas.

-Adriana, yo... -está atónita- no sé que decir, siento llorar, sé que parezco estúpida, pero es que tus palabras me han emocionado, me han hecho pensar...
-Tranquila, te entiendo. Pero no te debes preocupar, ahora estoy libre de la enfermedad, ¿ves? -le da un mordisco al chocolate- no tengo ningún tipo de miedo a coger peso.
-Mira, mira por la ventana -las dos miran- se ve todo el cielo, como si fuese otra dimensión, todas las nuves... el mundo desde aquí parece diminuto y absurdo, como una casa de muñecas, como una maqueta.

-No fue divertido verle beber hasta morir. Parecía que vivía de la botella, ¿entiendes? -se remueve el pelo nerviosamente, con un tik el el meñique- ... quizás esté usando un lenguaje no apropiado para una entrevista.
-No, tranquila, era su esposa. Usted siga. -la dige disimulando mi pena, golpeando ligeramente mi boli bic contra mi cuaderno de notas. Estaba sacando buena información para el New York Times. Quería saberlo todo acerca de la impresionante noticia.
-Bueno, a lo que iba... -cerró los ojos un instante- él y la botella tenían una relación insoportable para mí. Él eligió la manera del alcoholismo como suicidio.
-¿Por qué se quiso suicidar?
-Es la primera vez que me lo preguntan. Él me lo dijo, sí... -se entristece- Él me contó porqué quiso morir. Lo recuedo perfectamente... -dio un trago a su vaso de agua - Fue una mañana de Enero, la clásica mañana un tanto soleada pero fría, un sábado en el que te levantas y parece que será un buen día.
-¿A qué se refiere con un buen día?
-Usted ya me entiende... un día en familia, agradable, sin compromisos.
-Entiendo. Prosiga, sie es tan amable.
-Mi marido atropelló a una chica de trece años que cruzó sin mirar... una chica con un vestido de flores. Yo iba de copiloto, lo viví todo. Es curioso pensar que ahora mismo, en el mundo, la única persona viva que vivió aquello, soy yo. Él se bajó del coche y ahí estaba ella, con la cabeza llena de sangre, pero aún respiraba. Mi marido la cogió del cuello, y derramó una lágrima. Fue la primera vez en mi vida que vi a mi mardio llorar. La primera y la última. La hermosísima chica le dijo: "no se remuerda toda la vida, de todas formas, no soy feliz".
-¿Y fue desde entonces cuando su marido empezó a beber?
-Sí. Desde aquel día.